lunes, 23 de diciembre de 2019

Francisco Muguiro, jesuita y guía incansable

Luis Ginocchio Balcázar


La Compañía de Jesús llega a Piura a fines de los años cincuenta luego que ciudadanos y ciudadanas de grata recordación como Rómulo Franco, Albina Vignolo de Irazola, Alejandro Riofrío, Pablo Seminario y Feliciano del Campo, entre otros, coordinaron la presencia jesuita en esta capital. Fue con el colegio San Ignacio de Loyola, que inició sus labores en 1959, que llega la Compañía a Piura. El primer rector fue el P. José Ridruejo SJ, siguiéndole en esa función los P. Prado, García Hernández-Ross, Bambarén y Cerrato hasta fines de los sesenta.

En los años siguientes la presencia de la Compañía se consolidó con el arribo en 1972 de otro grupo de jesuitas, como el P. Vicente Santuc, que funda el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (CIPCA) y luego Radio Cutivalú en 1986 con el apoyo de monseñor Oscar Cantuarias, inolvidable pastor de aquellos tiempos turbulentos. También llegaron en ese grupo los destacados P. Bruno Revesz y P. Juan Hernández. Del mismo modo, por esos años comienzan los colegios Fe y Alegría, otra gran obra para la juventud estudiosa del departamento.

Entre los jóvenes jesuitas que recibió Piura destaca el P. Francisco Muguiro Ibarra SJ, quien muy joven en 1965 pasa su primera temporada en esta tierra con la que tendría una larga y fructífera relación. La leyenda que circulaba en nuestras mentes escolares era que el P. Paco había jugado en un gran club del fútbol español y que su estrella brilló en su tierra alto, muy alto. Si bien fue nuestro maestro cuando éramos niños, a Paco Muguiro siempre lo seguimos en su labor de promoción social de los grupos menos favorecidos de la sociedad piurana.

Hoy, que la Universidad Nacional de Piura, le concedió –junto a tres destacadas personalidades- el Doctorado Honoris Causa, Piura reconoce el incansable trabajo del P. Muguiro en favor de los campesinos, en especial de la Comunidad San Juan de Catacaos, así como su trabajo en la Diaconía para la Justicia y la Paz del Arzobispado de Piura y Tumbes de ese entonces. Su talento y valerosa entrega lo llevaron a defender tantas causas complejas a las que Paco nunca rehuyó.

Piura, la segunda región más poblada del país, pronto tendrá 2 millones de habitantes, y un mundo rural con expectativas de progreso. No hay duda que lo que sembraron esos jóvenes jesuitas, en especial en el Bajo Piura, son semillas que hoy deben tener cosechas abundantes. En especial en las familias, con nuevas generaciones mejor preparadas para avanzar en un mundo con tantos desafíos como el que vivimos.

El padre Muguiro dedicó 27 años de su vida en apoyo de Piura. La presencia de muchos hombres y mujeres de Mocará, Pozo de los Ramos y Cumbibira la mañana en su homenaje fue una muestra del agradecimiento fraterno que le tributan a este religioso tan cálido, directo y trabajador quienes en aquellos años eran jóvenes, hoy muchos ya con nietos y nietas.

Nunca será suficiente decir gracias a quienes dejaron atrás familia y terruño para venir a estas comarcas a trabajar e inspirados en la mística de sus fundadores se hicieron pescadores de hombres, capacitando, informando y guiando a miles de piuranos y piuranas hacia la construcción de un mejor mañana. Hoy la Plataforma Apostólica Regional Jesuita está conformada por catorce instituciones, que comparten su misión de trabajar al servicio de la fe y de la promoción de la justicia, por una sociedad más inclusiva y solidaria.

Desde las colcas de las cooperativas comunales con las labores de alfabetización -según Luisa Guarnizo, quien trabajó en el equipo de ese entonces-, el P. Paco  ‘enseñó a valorar lo nuestro … hiciste de lo cotidiano un saber, un continuo aprendizaje de lo humano, trabajando por la paz y la justicia’.  Gracias Paco, siempre gracias.

Avenida Piura
Piura. 16 Dic 2019

El cuaderno del Padre Enrique

Luis Ginocchio Balcázar

Entre los profesores que más recordamos de los tiempos escolares destaca con nitidez el Padre Enrique Fernández-García, S.J., nuestro profesor de Lenguaje e Historia Universal en el colegio San Ignacio de Loyola, allá por mediados de los años sesenta. Este querido jesuita español, de porte alto, andar pausado, verbo certero y breve, era sólido como un roble y gran devoto de los libros y la literatura.

Si alguien luchó para que tengamos buena ortografía y que la sintaxis no sea solo una palabra con equis, de las pocas que hay en el diccionario, fue el Padre Enrique. Si hoy recordamos a Carlos Martel cuando derrota a los musulmanes en la batalla de Poitiers (Francia), se debe a este ejemplar religioso y gran maestro. En cada una de sus clases -sin falta-, varios de sus alumnos éramos interpelados sobre lo visto recientemente en el curso, y las calificaciones eran anotadas en un cuaderno con letra menuda.

Nunca tuvimos profesor alguno que nos calificara tan frecuentemente y con tanto celo. Contemplar -aunque sea a lo lejos- esa selva de numerillos era entonces un verdadero suplicio. Hoy, evocar ese entrañable objeto de papel nos conduce a esos tiempos, en que Orlando vendía en el kiosco pan dulce de La Moderna, en medio del tropel de los muchachos que se los arranchaba.

Sin levantar la voz, sin proferir palabra fuerte alguna, el Padre Enrique ganó gran autoridad sobre nosotros, que lo veíamos absortos -por la reverencia que despertaban sus canas y su distinguida personalidad. La verdad que Enrique no concedió tregua y a tiempo aprendimos, leyendo y leyendo, que estudiar era la única salida. Sin látigo, pero con el inclemente rojo de las jaladas, que se cobijaban en el cuaderno del Padre Enrique. Luego, tendríamos que escuchar, en el casi ceremonial rito de "lectura de notas", al Padre Cobos, prefecto del colegio, lamentar las bajas calificaciones y regañarnos sin medida ni clemencia. 

Muchas cartas cruzamos después del colegio con el Padre Enrique. Varias las conservo con afecto y admiración, pulcramente escritas, usando la palabra con destreza, con los mismos márgenes y simetría típica de nuestro profesor y amigo. Enrique fue luego a trabajar al Instituto Histórico de la Compañía de Jesús, en el Vaticano y escribió uno de los tomos de la Historia de la Compañía. Años más tarde, en 1986 y en viaje de trabajo, lo encontramos en Roma, la Ciudad Eterna. En medio de tomos y manuscritos, en su austera habitación, únicamente un vetusto radio lo acercaba al mundo electrónico. Se podía decir que Enrique pasó días y noches enteras allí, ordenando datos y generando información sobre cada paso, con punto y coma, de los jesuitas en Perú, el capítulo que el redactó.

El Padre Enrique vive ahora en el colegio San José, en la bella ciudad de Arequipa, y hasta allí le hacemos llegar un recuerdo de gratitud y cariño, evocando su vocación de servicio a los demás y, sobre todo, su talento e inmensa laboriosidad, guardados celosamente, con letra menudita, en su cuaderno de notas.

Piura, Setiembre 8, 2005

El artículo que Usted acaba de leer se escribió en 2005. Y para los miles de alumnos del P. Enrique, me permito citar la nota luctuosa que el P. José Antonio Benito S.J. dedicó a la memoria del P. Enrique tan pronto se conoció su fallecimiento.

Hoy lunes 25 de julio de 2011, fiesta de Santiago Apóstol, el P. Armando Nieto, S.J. me comunica que el gran historiador jesuita P. Enrique Fernández García, nacido en tierras de Compostela-Galicia-España hacía 89 años y que llevaba 70 en el Perú, comenzó a vivir en la eternidad desde su morada de Casa de Fátima, en Miraflores (Lima). Descanse en paz.

Le visité meses atrás y me compartió su anhelo de publicar alrededor de 500 biografías de los primeros jesuitas en el Perú. Conversar con el Padre Enrique era una delicia, dada su prodigiosa memoria, su facilidad para describir, su generosidad para compartir su investigación. Le dolía en el alma la situación de la Iglesia, de España, de la Compañía, de la juventud.

Y era un hombre de oración, de estudio. Reservado como buen gallego, hombre de una pieza como fiel seguidor de Ignacio, apasionado por la Iglesia, dedicó lo mejor de su vida al Perú. Les comparto la reseña acerca de su obra maestra sobre la Historia de la evangelización del Perú. Con mi oración por el eterno descanso de su alma, va mi gratitud por la gran obra de historia al servicio de la Iglesia y el Perú, así como su entrega a los jóvenes en el Colegio de la Inmaculada, Seminario San Jerónimo de Arequipa, su apoyo a la iglesia de la Compañía y el Colegio de San José en Arequipa.

https://jabenito.blogspot.com/2011/07/p-enrique-fernandez-garcia-sj-el-gran_27.html

Luis Ginocchio Balcázar
Promoción Cristo Rey 1970
Colegio San Ignacio de Loyola
Castilla, Piura

Nota final. Si mal no recuerdo esta nota (‘El cuaderno del Padre Enrique’) se publicó en el diario El Tiempo de Piura en 2005 en fecha que aún no alcanzo a precisar.

Lima, Agosto 29, 2019

domingo, 22 de diciembre de 2019

Llega el jet!


Luis Ginocchio Balcázar

Finalizaba la década de los sesenta, y los alumnos del colegio San Ignacio de Loyola de Castilla, recibíamos una inusual noticia. Iríamos al aeropuerto en el ómnibus del colegio. En aquellos lejanos tiempos nos alegraba el compartir fuera de la escuela un momento en común.

¿Al aeropuerto? nos preguntábamos. Si, al aeropuerto. Pero, ¿qué‚ nos vamos a Lima en grupo? No, no se trataba de eso. El sacerdote jesuita que nos acompañaría refirió que esa tarde iba a ocurrir un evento que tal vez muchos años después recordaríamos: llegaba por primera vez a nuestra ciudad un jet de pasajeros. Hasta ese entonces, sólo aviones a hélice arribaban a nuestra terminal a‚rea. Un avión a reacción, un jet, para transporte de pasajeros, era sin ninguna duda una gran novedad. Una novedad antes reservada a las fotos del periódico.

Para los muchachos de la promoción Cristo Rey 70, que tan sólo estábamos familiarizados con los aviones comerciales a hélice que utilizaban la Faucett, LANSA, SATCO y TAM, que veíamos a diario sobrevolar el patio del colegio, era muy emocionante pensar que tan avanzado prodigio de la ciencia moderna aterrizaría en nuestra ciudad. Si, en nuestra ciudad. 

En aquella distante Piura, que se aprestaba a recibir los setenta, el aeropuerto contaba con una terraza abierta al público. De allí se divisaba mejor el aterrizaje y la maniobra de aproximación de las aeronaves.  Viajar en avión era un suceso poco frecuente para la mayoría de los piuranos. Tanto que diarios de la época informaban de los pasajeros que llegaban y dejaban nuestro aeropuerto. Tanto los que iban o venían de Lima, así como de Chiclayo y Trujillo.

Los ignacianos gozamos esa tarde. Disfrutamos el corto trecho que separa el aeropuerto, ubicado en Castilla, del local del colegio, que en aquel entonces era solitario guardián de los algarrobales que hoy cedieron lugar a la bella urbanización Miraflores.

Orlando, el buen amigo al volante, enérgico cuando se hacía desorden dentro del ómnibus, comprensivo cuando nos recogía fuera de los paraderos, forma parte de aquella historia auroral del colegio, tiempo de los padres Bambarén, García Hernández-Ross, Prado, García de la Rasilla, Cuquerella, Fernández-García, Muguiro, Morales, Bach, Herrero, Dorado, los Benito, Tapia, Peirano, Gonzáles-Alorda, Bachiller, Fernández Dávila (P. Pitín) y el inolvidable ‘tío’ Porfirio.

Ya emplazados en la terraza del puerto aéreo de Castilla escuchamos el "ya llega, ya llega". En efecto. A lo alto se distinguía la silueta de un inmenso objeto, cuya velocidad rebasaba nuestra referencia anterior. Era desconcertante. Nos preguntamos como iba a frenar si se aproximaba tan rápido. 

Sus potentes focos brillaron en aquella típica tarde piurana. Los destellos de las cinco dieron paso a una estruendosa e inolvidable figura que quedó grabada entre las imágenes más cálidas de la adolescencia. Era un jet, tan moderno como los que aterrizaban a diario en La Guardia de Nueva York. La descomunal polvareda que levantó dejó atrás a los cuatrimotores de esa época, los DC-4 y DC-6, y de ella surgió la figura del primer Boeing 727 (propiedad de la Compañía de Aviación Faucett), que aterrizó en nuestra ciudad.

El tiempo de la hélice había llegado a su fin. Para aquellos jóvenes el fin de la era subsónica se había iniciado. 

Publicado en el diario 'El Tiempo'. Piura. 04 May 1994

Porfirio, sacerdote, maestro y peruanista

Luis Ginocchio Balcázar

A inicios de los años sesenta llegó a Piura el sacerdote jesuita  Porfirio Martín Turrión, para trabajar en el colegio San Ignacio de Loyola,  ubicado en ese entonces en los   extramuros de la ciudad. En aquella época, un delgado camino afirmado, paralelo al río Piura, permitía el paso a los alumnos entre médanos y las primeras casas de la urbanización Miraflores, que asomaban por allí. 

El padre Porfirio nació en España pero acumuló un vasto conocimiento de la rica  geografía del Perú.  ¡Quiénes de los que fueron sus alumnos no recuerdan sus inigualables descripciones de los nevados de la cordillera blanca en el Callejón de Huaylas,  las misiones de Santa María de Nieva en la selva norte,  las bucólicas mesetas andinas y el espectacular trepidar de su relato al cruzar los pongos!  Todos aprendimos a viajar hasta esos remotos parajes gracias al padre Porfirio o tío Porfi, que era como coloquialmente reconocíamos a este personaje entrañable.  

Todos sabíamos que Porfirio vivió siempre en armonía con la naturaleza. No sólo la clase era un medio para su magisterio. Recorría diariamente los agrupamientos de eucaliptos y pinos cercanos para respirar aire puro. Promovió la crianza de aves típicas de la región como la soña ó chisca, la chiroca, el peche y la luisa. Los conciertos del segundo piso eran una algarabía de alpiste y pan con leche, que contrastaba con el recogimiento de los patios ignacianos.

Porfirio sintió especial predilección por los algarrobos. Por eso advirtió siempre de los peligros de la deforestación. Declara hostilidades con el ganado caprino criado extensivamente, esto es, mediante el pastoreo, lamentando que muchos bosques naturales desaparecieran año a año. "Si se pierden áreas de algarrobos hay que reforestar", nos decía en el salón y en las tertulias de los sobrios pasadizos del colegio.

Si al final de una clase se veía un tropel de alumnos alrededor de una pequeña sotana, puedo asegurarles que era la magnética personalidad del padre Porfirio. Los niños de aquél entonces siempre encontraron en él un interlocutor abierto, comprensivo, sencillo y ameno. Además, dotado de un singular estilo de humor.  De seguro que Porfirio poseía un don especial para comunicarse con los más jóvenes. Todos éramos amigos de este anciano encantador. Este es nuestro recuerdo de Porfirio Martín Turrión, caballero de la torre roja, como él mismo traducía etimológicamente sus nombres y apellidos.

Padre Porfirio es autor del  "Romance Piura versus Lima" que dedicó a "Mogollón, el trovador", en reconocimiento a un antiguo trabajador del colegio, que además de conocedor de los secretos de jardines y plantas, maneja con destreza rima, guitarra y sentimiento.  Dice Porfirio: "Tres cosas tiene Piura que no tiene la gran Lima: dos embalses, el petróleo y el preciado algodón Pima".  La composición hace un recorrido por parajes, costumbres y atractivos regionales.  

Le canta a los molinos de Miramar, las lagunas de Huaringas, la luna de Paita y la playa de Colán. Se inclina ante la arraigada devoción al Señor de Chocán de Querecotillo, a Nuestra Señora de las Mercedes y al Señor Cautivo de Ayabaca. Admira los deliciosos mangos, limones, pipas y algarrobina,  los huacos de Vicús. Evoca a los pescadores de San Pedro y Virrilá, las dehesas de Pabur y las joyas de Catacaos. A los zapotes, chilalos, pacazos y la ardilla de los eriales.  Con ese poema Porfirio se despide de la Piura que lo acogió con tanto cariño y a la vez se queda con ella.

El Estado le concede las Palmas Magisteriales en 1982 por su incansable labor educativa en beneficio de los peruanos. Quienes fuimos sus alumnos lo recordamos como un sacerdote ejemplar, maestro, confesor y amigo. Gran enamorado de Piura, de sus bosques y atardeceres.  Del aire fresco de las cinco, de su fauna y su calma simpar. Gracias Padre Porfirio por su dedicación y entrega a lo mejor de nosotros: nuestras juventudes estudiosas, inquietas y con la ilusión de saber más para ser más.

Nota. Este artículo fue publicado en octubre de 1992 en la página editorial del diario El Tiempo de Piura. Revisado: Octubre 2004.            

Avenida Piura
22 Dic 2019                                                


Gracias San Ignacio

Luis Ginocchio Balcázar

Desde remotos lugares llegó la ‘legión de Loyola’ a Piura. Éramos aún niños cuando conocimos a los Jesuitas. No supimos en ese entonces –tercero de primaria- de dónde venían sino solamente que eran sacerdotes, llamados a ser nuestros maestros y la mayoría, personas jóvenes, sabían muchas cosas que nosotros aprenderíamos.

La Piura de fines de los cincuentas que los acogió era para nosotros una ciudad grande, orgullosa de sus tradiciones y que crecía. Las instalaciones del colegio quedaban en los llanos de Castilla y para llegar a ellas había que utilizar un ómnibus. Los salones de clase, amplios y austeros; el agua de beber de esos años para recordar. La naturaleza, desierto y bosque seco que rodeaba todo, fue una aliada en nuestra formación. 

Algunos objetos acompañaron esos años de aulas y tizas. El ‘block de pasos’, cuyas hojas desglosables eran utilizadas para trabajar los exámenes. La ‘efemérides’, una libreta que anualmente registraba muchos datos, de alumnos, padres, y profesores. La revista ‘Avanzada’, que editaba el padre Durand y que repartía el p. Fernández-Dávila. Los ‘informes’, que reportaban a nuestros padres las ocurrencias semanales y las temidas ‘papeletas’, en sus diversos colores, que significaban sanciones.

Desde el p. Ridruejo hasta el maestro más joven, desde el señor Chalupa –llevando la contabilidad- hasta el servidor laico menos visible, tuvimos a nuestro lado un equipo excepcional. Por eso evocamos a varios de esos personajes en su trabajo. Entre ellos destaca el hermano Rafael Bachiller, quien nos sorprendió tanto por su juventud como por su temprana muerte. Los padres Benito, apellido tan ligado al colegio. El profesor Néstor Martos, quien día a día nos enseñó a amar al Perú. El p. Muguiro y su leyenda en el futbol español. 

El p. Enrique Fernández-García y su cuaderno, un ‘bosque’ de notas. El p. Santiago García de la Rasilla, formador de adolescentes y amigos. El hermano Dorado, el mayor testigo de la historia del colegio. El p. Cuquerella, los conjuntos y su joven IMAIL, de tractores y campesinos. Los directores hasta ese entonces, los padres Prado, Bambarén, García Hernández-Ross y Cerrato –algunos de ellos emprendieron ya el viaje de retorno al Creador. 

Y cómo no acordarnos de nuestro p. Porfirio Martín, quien era un anciano mágico y todo un patriarca de la geografía del Perú, quien nos enseñó a amar a Piura, a Nieva y al pongo de Manseriche, y que dedicó su romance ‘Piura versus Lima’ al trovador Mogollón, autor de los jardines que verdearon nuestra infancia y juventud. 

¿Cómo agradecer a tantas personas -sería imposible mencionarlas a todas en tan breve espacio- que han contribuido a forjar medio siglo de la historia contemporánea de Piura? ¿Cómo destacar su viaje a lejanas tierras y entregarse por la formación de ‘hombres para los demás’? Tal vez esbozando estas sencillas líneas como señal de afecto y agradecimiento con los padres jesuitas y sus familias así como con nuestros profesores seglares. No olvidaremos jamás su entrega y las nuevas generaciones seguirán estudiando para ‘saber más y ser más’. De este modo se mantiene vigente lo que desde ese entonces le pedimos a María Inmaculada, que nos acompañe siempre, en especial cuando ‘gima el huracán’ de la vida. Gracias San Ignacio, por esos dones que nos envías y que hoy llegan al medio siglo. Que traigan más y mejores ciudadanos para la Piura que está renaciendo –otra vez.

Artículo publicado en la revista editada por los 50 primeros años del Colegio San Ignacio de Loyola (Castilla, Piura 2008).

Avenida Piura
22 Dic 2019